El Pulso de la Industria / Boeing y Airbus – volando bajo

Por: Thomas Karig

El mercado de aviones comerciales en el mundo hoy en día está dominado por dos grandes empresas: la estadounidense Boeing y la europea Airbus. Entre los dos tienen 20.000 aviones en operación en el mundo, de los cuales 11,000 son Boeing y 9,000 son Airbus.

Los aviones modernos, con motores de propulsión a chorro (por eso se llaman “jets”), se han convertido en un elemento indispensable para las economías modernas, tanto en el turismo como en los negocios. Tan acostumbrados estamos a los aviones que ya ni nos maravillamos del hecho que una máquina de metal se pueda elevar miles de metros en el aire, y desplazarse a la velocidad del sonido. Pero si queda por el otro lado un cierto temor, en algunos más que en otros, de pensar en las consecuencias de que un aparato de estos podría no funcionar como debería. La gran responsabilidad que significa operar un avión ha hecho que ser piloto o azafata siga siendo una profesión aspiracional. Y por el otro lado, los fabricantes de los aviones nos deben garantizar que sus productos están hechos para no fallar.

Una promesa que en el caso del Boeing 737 Max no se cumplió, y eso tiene a la empresa (y a las aerolíneas que ya han pedido 4000 aviones de este tipo) en graves problemas. Estos se traducen en un impacto en resultados financieros del orden de los 20,000 millones de dólares, una significativa reducción en las ventas y obviamente la pérdida, seguramente por muchos años, del liderazgo que Boeing mantenía frente a su rival Airbus.

Las causas por supuesto están relacionadas con personas que tomaron malas decisiones y corrieron riesgos irresponsablemente en el proceso de diseño y fabricación de este avión. La ambición de no dejarse ganar por la competencia llevó a la empresa a seguir utilizando un concepto técnico que ya tiene más de 50 años, y tratar de compensar sus deficiencias con herramientas tecnológicas que no estaban lo suficientemente probadas. Y aún ante muchas dudas que se expresaron internamente, la dirección decidió seguir adelante, con resultados desastrosos para las personas que fallecieron, para las aerolíneas, y para el futuro de la empresa Boeing.

Ha pasado un año desde que los aviones 737 Max dejaron de volar, y no se sabe con precisión cuándo regresarán al aire. Tan solo poner en condiciones de operación a los 400 aviones estacionados, tomará un año más. Y falta ver que dicen los pasajeros. Hoy un 40% de ellos dicen que no se subirán a ese avión.

El nuevo director general (que no es tan nuevo porque antes era el presidente del consejo de la misma empresa) promete un cambio cultural. En algunas comunicaciones internas que se han publicado, empleados de Boeing hablan de “un avión diseñado por payasos supervisados por simios”. Vaya tarea que tiene por delante el nuevo director para cambiar esa mentalidad.

Un pequeño consuelo para él, pero no para los usuarios de los aviones, es que su rival Airbus también se metió en problemas. Acaba de aceptar que durante varios años estuvo pagando sobornos en diversos países para vender sus aviones, y por de pronto tendrán que pagar multas por 5,500 millones de dólares.

Dos ejemplos de empresas que están entre las más importantes del mundo, que seguramente tienen todo tipo de sistemas de gestión y cumplimiento, pero carecen de una cultura de integridad que asegure que estos sistemas sean bien utilizados. Los incumplimientos y las acciones indebidas tarde o temprano salen a la luz, y ponen en riesgo no solo a los empresarios, sino a sus empresas, a sus colaboradores y socios comerciales, y hasta industrias enteras.

Por eso el concepto de integridad es indispensable para el buen funcionamiento de un sistema de gobernabilidad empresarial.

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