El Pulso de la Industria / Los mitos del Libre Comercio

Ing Thomas Karig

La discusión sobre la renegociación del TLCAN-NAFTA a veces genera la impresión que una renuncia del acuerdo por parte de Estados Unidos sería una catástrofe para México que la regresaría a la prehistoria, o sea a 1993.

Tal parece que el Señor Trump también lo cree y por eso piensa que sus amenazas van a generar presión suficiente como para lograr sus objetivos. Claro que su primer error es afirmar que estos objetivos (equilibrar la balanza, generar empleos en Estados Unidos) tienen algo que ver con el acuerdo comercial.

Pero, ¿qué cambiaría para México si Donald Trump denuncia el acuerdo?

Bueno, desde un punto de vista económico-comercial los bienes importados hacia ambos lados se encarecerían por pagar aranceles, que en términos generales están entre 2 y 5 por ciento para la importación a Estados Unidos.

Hay algunos productos que podrían ser más afectados, pero son pocos. Uno de ellos serían las camionetas pick-up, por ironías del destino fabricadas por compañías americanas en México, que por razones históricas extrañas pagarían el 25 por ciento a la entrada en USA.

Lo cierto es que el México de 2017 es un país muy distinto al de 1993. México se ha convertido en una potencia industrial, con fábricas modernas y productos de alta tecnología. Y ese potencial no desaparece porque deja de tener vigencia un acuerdo comercial.

En otras palabras: Los productos hechos en México seguirían siendo competitivos, aun cuando las empresas tuvieran que absorber una parte del costo arancelario, y la otra se trasladaría al precio, o sea al consumidor. Ninguna empresa dejaría ociosa una planta en México para volver a invertir en USA. No tiene ningún sentido económico.

Mucho más afectados que los exportadores mexicanos estarían los estadounidenses, ya que el arancel mexicano registrado en la Organización Mundial del Comercio (OMC) para muchos bienes es más alto que el de USA. Para automóviles sería el 20%, algo que sacaría de competencia a los autos norteamericanos en México.

En conclusión: en el aspecto comercial, el Señor Trump lograría varios efectos denunciando el tratado. Incrementaría los precios a los consumidores estadounidenses, reduciría las ganancias de exportadores mexicanos incluyendo las filiales de empresas americanas, y reduciría fuertemente la exportación de empresas estadounidenses hacia México.

Ah, y claro, incrementaría la competitividad de importaciones chinas a ambos países. Lo único que no lograría es balancear su saldo comercial, y no crearía ningún empleo adicional.

No parece ser una idea muy brillante.

¿Por qué afirmamos que México podrá sostener su éxito exportador aún sin tratado con los Estados Unidos?

 

Hay que recordar que los mayores exportadores del mundo son China, Japón y Alemania. Ninguno de ellos tiene un TLC con USA. Cada uno de esos países tiene su propia ventaja competitiva que le permite sostener su éxito exportador. En China es el bajo costo, basado en grandes volúmenes y el apoyo del gobierno. En Alemania y Japón es calidad y tecnología.

México, en su parte industrial, comparte tanto la ventaja de costo como la de calidad y tecnología. Y hay un atributo de México que ni el muro de Trump va a cambiar: la cercanía geográfica de México a USA.

Por otro lado, está su ubicación estratégica entre ambos océanos, o sea entre Asia y Europa. Y no olvidemos el acceso que México tiene a Latinoamérica. Con esas regiones México puede sostener y ampliar su relación comercial con nuevos y renovados acuerdos.

Sobre esa base, México seguirá atrayendo inversiones. Podrá continuar su camino de modernización y de integración a la economía global, que es la única manera de seguir generando más y mejores empleos. Porqué no cabe duda de que el crecimiento industrial de México en las últimas décadas ha logrado precisamente eso.

Ahora bien, falta iniciar en México una discusión fundamentada e inteligente sobre el otro mito del libre comercio: que este no ha generado, en la suma de todos sus efectos, un saldo positivo para México.

Cierto es que la balanza comercial del país sigue siendo deficitaria, sobre todo después de la caída de los precios del petróleo. Cierto es también que algunos sectores de la manufactura y del campo mexicanos no han sido exitosos en competir con las importaciones, y las razones para ello normalmente residen en su falta de productividad y calidad.

Aquí es donde hay una tarea pendiente del gobierno, de apoyar a estos sectores con capacitación, tecnología y financiamiento. Incluso se ha descuidado el aspecto normativo, o sea el exigirles normas de calidad a importadores y fabricantes nacionales por igual.

La insuficiente actuación del gobierno en el fomento de ciertos sectores o para generar (y aplicar) normas que aseguren estándares internacionales es sencillamente una muestra más de la falta de capacidad de las estructuras burocráticas para responder a las exigencias del entorno moderno.

En el sector automotriz, insignia de la exportación, hay ejemplos claros de ello: apenas el año pasado se implementó una norma que requiere estándares mínimos de seguridad a los autos que se venden en México, importados y fabricados en el país.

Y la incapacidad de lograr una distribución más justa de la riqueza generada, entre otros por el sector exportador, tampoco es un problema de modelo económico, sino de voluntad y capacidad política.

¿No le parece, estimado lector?

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